Escocia no es Cataluña ni Euskadi
JOSÉ LUIS BARBERÍA Edimburgo 7 JUL 2014 - 20:51 CEST
“Las naciones pequeñas son más flexibles, pueden adaptarse más rápido, desarrollarse mejor y ser más democráticas”, sostiene el catalán Xavier Solano (1976, Barcelona), asesor del Partido Nacionalista Escocés (SNP) y exdelegado del Gobierno de la Generalitat de Cataluña en el Reino Unido. De un tiempo a esta parte, no solo the small is beautiful (lo pequeño es hermoso), tan caro a estos nacionalismos. También se declaran más justos, más democráticos, más eficientes, menos corruptos. Lejos de desaparecer con la globalización, los nacionalismos que, como el escocés, combinan pragmatismo y flexibilidad han encontrado una ventana de oportunidad en las crisis de los Estados y de las grandes formaciones políticas incapaces de embridar a los mercados y de asegurar el bienestar general. “El SNP se siente cómodo con el hecho de que el estatus de naciones que buscan ser Estado no necesita ahora ser rígidamente definido. Aunque su objetivo sigue siendo la plena independencia, están cómodos en la emergencia gradual de un estado escocés”, ha escrito el analista Gerry Hassan.
“Cuatro de las cinco economías más competitivas: Suiza, Singapur, Hong-Kong y Suecia, son países pequeños y según la OCDE, también son pequeños siete de los diez países con mayor igualdad salarial”, apunta Xavier Solano. El también catalán José Vicente Rodríguez Mora, profesor de Economía en Edimburgo, difiere. “No es cierto que las unidades políticas pequeñas sean más democráticas, menos corruptas y más eficientes. El Gobierno pequeño está mucho más sujeto a las presiones de grupos locales que obtienen ventajas, no por eficientes, sino por locales. Y en el nacimiento de las naciones siempre hay intereses económicos favorables a la partición del Estado. Los gobiernos pequeños compiten en la pelea por atraer capital con impuestos bajos y regulaciones laxas. Small es el paraíso de los mediocres y el infierno de los desfavorecidos. No, lo pequeño no es necesariamente hermoso, casi siempre es mezquino”, concluye.
El mirall escocès (El espejo escocés) es el título del libro en el que Xavier Solano describe el proceso soberanista en Escocia. En el prefacio, el primer ministro escocés Alex Salmond, afirma que “Escocia y Cataluña han escrito parte de la historia de Europa como naciones independientes y libres” y cita el impuesto de sociedades aplicado por Irlanda “que tan buenos resultados les ha dado”. Aunque el pico de producción más alto ya ha pasado y los yacimientos se agotarán previsiblemente en unas pocas décadas, el petróleo del mar del Norteviene a ser El Dorado del separatismo escocés, el elemento tractor psicológico que anima la aventura independentista. “Seremos el 6º país más rico del mundo”, presume Salmond.
El secesionismo ha encontrado una oportunidad en la crisis de los Estados
Nacionalistas catalanes y vascos, quebequeses y flamencos, sardos, corsos, bretones…, acuden a Escocia en busca de la exitosa fórmula del SNP . El nacionalismo se deja querer, pero gestiona este trasiego con discreción porque no quiere aparecer ante la UE como vanguardia desestabilizadora de las naciones sin Estado. La última admonición ha corrido a cargo del ministro sueco de Exteriores y antiguo enviado especial de la ONU en los Balcanes, Carl Bildt: “La independencia escocesa significaría un proceso de balcanización. Un sí escocés a la independencia activaría una grave crisis en Europa”. De ahí, que el Gobierno de Edimburgo trate de evitar la asociación mimética con Cataluña o Euskadi y rehúya la estampa típica de “hermanos unidos en el mismo combate”. “En Inglaterra contemplan nuestro proceso con relativa indiferencia, sin la beligerancia que se observa en España. Claro que Inglaterra puede sobrevivir a la separación de Escocia, mientras que España sin Cataluña y Euskadi…”. El director del Centro Escocés sobre el Cambio Constitucional, Michael Keating, al frente de un grupo de investigadores independientes, deja la frase suspendida en el aire. Ve el proceso catalán en un callejón sin salida, piensa que ETA ha taponado la solución en Euskadi y que el anterior lehendakari Juan José Ibarretxe—estuvo en el tribunal que calificó la tesis doctoral sobre la autodeterminación del expresidente vasco—, cometió una serie de errores. “El frente nacionalista fue el primero; debería haber contado con los socialistas”, señala.
¿Qué diferencias y similitudes hay entre estos soberanismos? “La escasa inmigración que tuvo Escocia no fue inglesa, sino irlandesa y católica. Aquí, no hay una clase media acostumbrada a ver a la gente pobre, cutre y fea como ‘británicos’. No existen términos parecidos a charnego, maketo o machurriano porque los ingleses que veían los escoceses eran médicos, profesores, profesionales… Tienen complejo de inferioridad frente a Inglaterra, en contraste con el catalán y el vasco que se sienten superiores a lo ‘español”, sostiene el profesor Rodríguez Mora. La del complejo es una impresión que suscriben aunque con matices otros catalanes vinculados a Escocia. “Los ingleses siempre les han mirado por encima del hombro, pero no se sientan inferiores. Son orgullosos, abiertos y cálidos, menos estirados y con sentido del humor. Nuestra figura nacional es Robert Burness, un poeta pícaro y juerguista”. Una de estas personas, que prefiere mantenerse en el anonimato participa en la elaboración de la Constitución de la Escocia independiente. “Es emocionante trabajar en la creación de un texto para la historia”, dice. No deja de sorprenderle el clima político de Cataluña. “Fui a Barcelona a fin de año y en lugar de árboles de Navidad, encontré esteladas”. Lo primero que le sorprendió al profesor Rodríguez Mora al llegar a Escocia fue constatar que el nacionalismo no es “el dueño de la calle” y que todos los puntos de vista son recibidos sin hostilidad. Los promotores del movimiento por la escisiónYes, Scotland insisten en que “la clave para la victoria es la persuasión positiva” y que la intolerancia es inaceptable.
“Hay similitudes con Cataluña pero de tipo sentimental”, indica Jane Darroch, 49 años, diseñadora de libros, madre de dos hijos, nacida en Glasgow y residente en Barcelona. “Lo nuestro es la identidad y un modelo social más justo. No me gusta el nacionalismo porque sé que cuando vas con una bandera diciendo que eres esto estás también diciéndole al otro: tú no eres como yo. He vivido en Inglaterra y me molesta la animadversión contra los ingleses, pero reconozco que cuando oigo un acento galés o irlandés por aquí me paro a hablar y si el acento es inglés, no”. “Ahora hay familias en guerra. En la mía, las cosas están fifty-fifty. No veo claro el proyecto independentista. Lo que más me fastidiaría es que nos fuéramos y nos quedáramos con la reina. Puede surgir un conflicto social”, apunta.
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