FOPLADE-PALABRAS DE
S.A.R EL PRÍNCIPE DE ASTURIAS
EN EL ACTO ENTREGA DE LOS PREMIOS PRÍNCIPE DE ASTURIAS 2009
Teatro Campoamor,
Oviedo, 23 de octubre de 2009
Cuando en el horizonte del próximo año aparecen las primeras luces de la conmemoración del XXX aniversario de nuestros Premios, celebramos esta ceremonia de su entrega con ilusión renovada y con una profunda satisfacción por el brillante camino que han recorrido en este tiempo.
Un camino nada fácil, hecho día a día, en ardua tarea, para reconocer y ensalzar, como hoy, la obra y la vida de personalidades e instituciones de todo el mundo con trayectorias ajenas a modas pasajeras, iniciadas no pocas veces en soledad, venciendo grandes dificultades y con medios muy limitados, lo que trae a nuestra memoria el proverbio bíblico de que la humildad siempre antecede a la gloria. Son nuestros galardonados, por ello, modelos supremos de esfuerzo sacrificado, de inteligencia, de nobleza, de espíritu de superación y de cuantas cualidades enaltecen a los seres humanos.
Desde esta hermosa y culta ciudad de Oviedo, desde esta querida tierra de Asturias, nuestros Premios han expresado año tras año ante la comunidad internacional el compromiso firme de España con los valores que ennoblecen y dignifican nuestras vidas y que, en estos tiempos tan intensos y difíciles, de encrucijada, y también de oportunidades y de esperanzas, son apoyo y guía imprescindibles.
Cuando tantas veces reflexionamos sobre el camino hecho por nuestros Premios, cuando pensamos en su futuro, nuestro compromiso con la protección de su independencia y nuestra lealtad con su vocación se acrecientan. Al mismo tiempo, se refuerza nuestra fe en su porvenir, pues “las obras buenas nunca acaban”, como sabiamente nos advirtió Unamuno.
Por ser así, es inevitable que resuene esta tarde y desde lo más hondo de nuestro corazón la palabra gratitud, dirigida a quienes a lo largo de tantos años han hecho posible la gran obra de la Fundación, a quienes nos alientan y nos ayudan generosamente. Una gratitud llena de admiración, asimismo, hacia las personas e instituciones que hoy reciben nuestros galardones y que simbolizan sobre este escenario nuestros mejores deseos, nuestros principios, nuestra creencia en que la cultura es fiel reflejo de la formación intelectual, estética y moral del ser humano.
Extendemos también nuestro afecto a los miles de personas de Asturias y de otras partes de España e incluso no pocos de fuera de ella que nos acompañan desde las calles y los balcones engalanados de esta ciudad, para hacer de este día una gran fiesta de la cultura y de la concordia, única en el mundo. Entre todos hemos conseguido que lo que nació como un sueño, como una hermosa y valiente iniciativa, se haya convertido en la realidad fértil y prometedora del presente.
Deseo ahora dedicar unas palabras a los galardonados de esta edición, pues suya es esta ceremonia.
Sir Norman Foster, Premio de las Artes, está considerado, con todo merecimiento, como uno de los más grandes arquitectos de la era global, por haber creado una arquitectura de vanguardia, plena de imaginación, comprometida con las nuevas tecnologías, la aventura estética y el medio ambiente. Como ha destacado el Jurado, su obra conjuga magistralmente la calidad, la reflexión intelectual y el diálogo entre territorio y ciudadanía, a través de un original dominio del espacio, la luz y la materia.
Sus proyectos, de personalidad inconfundible y fruto también de su estudio de la historia, o, lo que es lo mismo, de su respeto por la vitalidad, la fuerza y el valor de lo mejor del pasado, combinan de forma innovadora utilidad y belleza. Conforman, en fin, una arquitectura delicada y rotunda, poética y moderna, libre y transparente, que explora con valentía más allá de la convención y representa un canto a las oportunidades y a los retos de una vida profesional hecha de pasión y de incansable esfuerzo.
Esa creatividad, toda esa pasión por la belleza y su trabajo al servicio de los seres humanos, constituyen una obra original admirada en todo el mundo que produce una emoción muy profunda en quienes la contemplan. Por ello, cuando esos proyectos se hacen realidad, cuando sus edificios se elevan en el cielo de tantas ciudades del mundo, parecen querer recordarnos unos preciosos versos que dicen que estamos hechos para soñar, ese “soñar en voz alta” del que nos hablaba Octavio Paz.
La Organización Mundial de la Salud ha sido galardonada con el Premio de Cooperación Internacional. En un mundo en el que cada vez se diluyen más rápidamente las fronteras, y en el que se hace preciso trabajar con mayor intensidad solidaria y en beneficio de todos los seres humanos, la salud se ha convertido en uno de los mayores retos y objetivo prioritario de la cooperación multilateral. Lo hemos puesto de relieve en otras ocasiones sobre este escenario: la atención sanitaria es un derecho universal; y, en consecuencia, el progreso de la humanidad tiene en la salud y en la extensión de los cuidados médicos -y de los avances científicos- uno de sus más significativos y trascendentales factores.
La OMS, fundada en 1948 dentro del sistema de NNUU, lleva a cabo su ingente tarea con eficacia y rigor. Ha conseguido, entre otros logros, erradicar la viruela, atacar enfermedades infecciosas como la tuberculosis, la malaria o el sida, reducir la poliomielitis y la mortalidad infantil, y también frenar muchos brotes epidémicos. Permanece además atenta a la aparición de otros nuevos, luchando contra las enfermedades ya conocidas y contra otras que surgen y es preciso identificar, desencadenadas o agravadas, muchas veces, por factores como el cambio climático, la contaminación o los malos hábitos de vida.
Como vemos, estos problemas, que tienen repercusión mundial, exigen también soluciones globales y, para ello, vela la OMS con sus 150 oficinas repartidas por todo el planeta y sus miles de expertos. Queremos en este acto hacer patente en la persona de su directora general, Margaret Chan nuestro agradecimiento a esta Organización en la que descansa una parte tan importante de la salud pública de todos los pueblos de la Tierra.
El naturalista británico Sir David Attenborough, uno de los más prestigiosos y universalmente conocidos especialistas en ciencias de la naturaleza, ha sido galardonado con el Premio de Ciencias Sociales. Junto a él podemos alegrarnos de que, afortunadamente, cada día somos más conscientes de la necesidad de preservar el medio ambiente, de poner freno al deterioro y a los peligros que amenazan nuestro planeta, de luchar contra el cambio climático.
David Attenborough, entre otras muchas cosas, es presidente de la Real Sociedad para la Conservación de la Naturaleza y miembro de la Royal Society de Londres. Ha trabajado siempre para difundir sus conocimientos de manera que fueran no sólo un maravilloso regalo para la vista, sino también un estímulo para despertar las conciencias de los millones de personas a las que alcanza con su mensaje; que no es otro que conocer y aprender sobre la naturaleza que nos sustenta para así respetarla y cuidarla. Detrás de su profesionalidad vibra esa hermosa lección del fin educativo de su trabajo y de sus obras.
Con pasión inagotable, ha mantenido vivo su amor por la naturaleza desde la infancia, cuando coleccionaba fósiles, insectos y plantas, y que, ya adulto, ha sabido transmitir a todos los públicos con tanto entusiasmo como sabiduría. Pensemos, por ejemplo, que algunas de sus series televisivas, como la tan reconocida “Life on Earth”, han sido vistas por más de 500 millones de personas de todo el mundo. De igual modo, con su tarea en la organización World Land Trusts ha promovido la protección de miles de kilómetros cuadrados de gran riqueza biológica en varios países del Trópico.
Su obra, siempre contagia emoción, admiración y asombro ante la maravillosa diversidad de la Tierra y de sus culturas. Sus programas en los medios de comunicación más importantes del mundo son, en definitiva, ejemplos de inteligente creatividad y de modestia, ante la pretensión de conocer y abarcar la complejidad de la vida. Son una lección de humildad contra la arrogancia, el engreimiento intelectual y el fanatismo de todo tipo.
Con frecuencia nuestros jurados han vuelto sus ojos hacia los países hermanos de América. A ellos nos unen lazos entrañables y perennes. Por eso, nos da una alegría muy especial a los españoles que una institución o una persona de Iberoamérica reciba uno de nuestros Premios. Así ha sido este año con la concesión del Premio de Comunicación y Humanidades a la Universidad Nacional Autónoma de México.
La UNAM, “el alma de México”, como ha sido calificada, es mucho más que una Universidad en el sentido tradicional. Ha extendido su labor ejemplar más allá de las aulas y ha creado una amplia red de instituciones culturales y medios de comunicación, para difundir los valores del espíritu universitario más profundo, es decir, la pasión por el conocimiento y el amor a la enseñanza en libertad. De esta manera, ha contribuido decisivamente a vertebrar, abrir y modernizar una sociedad que sin la existencia de la UNAM sería, sin ninguna duda, menos próspera y mucho menos vital.
Pero, además, la UNAM ha contagiado a la sociedad mexicana y a la de muchos otros países iberoamericanos el culto a la justicia, a la tolerancia y a la democracia, que han impregnado profundamente la obra de los mejores intelectuales, profesores y artistas salidos de sus aulas y que representan lo más granado del pensamiento iberoamericano.
Precisamente cuando se aproxima la celebración de una nueva Cumbre Iberoamericana en Estoril dedicada a la “Innovación y Conocimiento” ponemos a la UNAM como ejemplo sobresaliente de la gran capacidad académica y del nivel científico de tantas universidades iberoamericanas.
Por otra parte, en España nunca podremos olvidar la enorme generosidad de la UNAM con muchos de nuestros compatriotas, mujeres y hombres que, tras la Guerra Civil, se vieron obligados a exiliarse a tierras americanas en condiciones difíciles y amargas. Les ofreció sus aulas, sus publicaciones, sus institutos de investigación y toda clase de ayudas que contribuyeron a que estos “españoles del éxodo y el llanto”, como los llamó uno de ellos, pudieran rehacer sus vidas con dignidad e incluso aportar no poco prestigio y brillo académico a la propia Universidad. Nunca habrá suficientes ocasiones para expresar a la UNAM nuestra más profunda gratitud, que hoy reiteramos en presencia de su Rector D. José Narro.
Nada sería lo mismo para una gran parte de los seres humanos sin el uso cotidiano del teléfono móvil y el correo electrónico, el e-mail. Sus inventores respectivos, los ingenieros electrónicos Martín Cooper y Raymond Samuel Tomlinson, han recibido el Premio de Investigación Científica y Técnica.
Martín Cooper, pionero e impulsor de las comunicaciones inalámbricas, ya había comenzado en 1954 sus hallazgos con el desarrollo de los sistemas de radio portátiles y, dos décadas después, realizaría la primera llamada desde un teléfono móvil; y Raymond Samuel Tomlinson, en octubre de 1971 utilizó la conocida arroba como símbolo para separar el nombre del destinatario del correo del ordenador receptor, haciendo posible la comunicación entre diferentes ordenadores. Había nacido así el correo electrónico, un medio ya tan familiar como lo es el teléfono móvil.
La comunicación fluida y en libertad es uno de los grandes hallazgos de nuestros días, y, en particular, el teléfono móvil y el e-mail son dos de las innovaciones tecnológicas más significativas de todos los tiempos que están teniendo, como consecuencia, un profundo impacto social del que todavía no conocemos todo su alcance.
La rápida y valiosa difusión de la comunicación que estos dos medios han conseguido, proporciona innumerables beneficios. Pensemos en cómo sirven y ayudan en la sanidad, en la educación, en la gestión pública y empresarial; cómo constituyen una oportunidad o una herramienta de modernización para los países subdesarrollados. Pensemos que eliminan barreras entre países e ideas, que son un medio ideal para la difusión de la cultura; o que han extendido y democratizado la información y la comunicación de una manera extraordinaria, intensificando y facilitando las relaciones entre los seres humanos a escala universal. Por todo ello Martín Cooper y Raymon Samuel Tomlinson forman parte de la gran historia de la ciencia mundial, y desde hoy también de la particular y bella historia de nuestra Fundación.
El Premio de las Letras ha sido otorgado al escritor albanés Ismail Kadaré, uno de los creadores que de modo más intenso ha vivido y padecido una titánica lucha entre extremos, una tensión entre su creación literaria y los problemas sociales y políticos de su tiempo, especialmente de su país, martirizado por un áspero y hermético régimen político. Entregado a la creación literaria con una pasión que no ha mermado esas durísimas condiciones, ha sabido, además, abrirla al mundo de una manera magistral.
La obra de Kadaré, llena de lucidez, hondura y vigor, no se limita a crear personajes e historias de ficción, porque parte de la convicción más profunda de que la literatura no es sólo un entretenimiento ni una mera recreación estética, sino que debe contener un mensaje y un compromiso moral.
Si su creación como novelista y poeta es admirable, no menos lo son sus ensayos sobre la cultura de la península balcánica y la literatura y el arte de la antigua Grecia. Desde ellos hace un bello canto a la grandiosa facultad de sus autores para universalizar los problemas y los sueños de aquellas sociedades; y a su advertencia, válida para aquel tiempo y para todos los tiempos, de que la luz y la democracia engendradas por su civilización son logros que es preciso defender para no perder todo aquello sin lo cual no pueden darse plenamente ni arte, ni letras, ni tampoco pensamiento: la libertad.
Al concederle este Premio, no solo reconocemos a uno de los escritores europeos más importantes de nuestro tiempo, sino a quien ha sido capaz de preservar y realzar la belleza de la lengua de su país, Albania, y elaborar desde ella una obra de resonancias universales, escrita en su mayor parte en un clima de intolerancia y autoritarismo extremos, en la que brilla una crítica al totalitarismo y a sus mecanismos más perversos. Un canto incesante a la tolerancia y a la libertad, aunque a menudo haya tenido que ser formulado mediante alegorías, rescatando viejas leyendas, a fin de sortear censuras y dificultades que parecían insalvables.
El legendario lema olímpico “Citius, Altius, Fortius”, “Más rápido, más alto, más fuerte”, tiene un modelo y un ejemplo en la atleta rusa Yelena Isinbayeva, especialista en salto con pértiga. Una especialidad que ha sufrido una progresiva y extraordinaria evolución y en cuyo ascenso, en esa continua superación de marcas, ha tenido ella mucho que ver. Supone, por lo tanto, un orgullo para todos nosotros la concesión del Premio de los Deportes de este año a esta deportista excepcional. A sus 27 años no sólo ha destacado de manera extraordinaria por sus valores humanos y deportivos, sino que ya muy tempranamente ha sido reconocida como “la mejor atleta del mundo”.
Entre sus triunfos deportivos, además de ser la única atleta que en la historia de esta especialidad ha superado los 5m de altura, están 27 récords mundiales y 11 primeros puestos en competiciones olímpicas, mundiales y europeas. Pero sabemos que aún tiene por delante un camino abierto para seguir dando lo mejor de su esfuerzo, batiendo marcas y logrando victorias.
Todos esos éxitos de Isinbayeva son el resultado de una voluntad férrea, de una poderosa fortaleza de ánimo, de un valeroso espíritu de superación y de una gran sensibilidad sin la cual nada sería el espíritu deportivo.
Por todo ello, Yelena Isinbayeva merece la admiración y el respeto que todos le tributamos. Nos gustaría que su ejemplo extraordinario se inculcara en la juventud, en todas aquellas personas que desean ser mejores, que aspiran a una vida más saludable. Conseguiremos así que el deporte siga acrecentando su presencia en nuestro tiempo, y continúe creando ámbitos de convivencia y fraternidad entre los pueblos.
Pocas capitales hay en el mundo con mayor contenido simbólico que Berlín. Jean Paul Richter dijo de ella que “es más un trozo del mundo que una ciudad”. Pues queremos proclamar con todo respeto, humildad y orgullo que Berlín está hoy en Oviedo. Y aquí queremos festejar con alegría el XX Aniversario de la Caída del Muro con la concesión de nuestro Premio de la Concordia.
Ciudad desde siempre cercana al arte y a la inteligencia, padeció de manera terrible los totalitarismos que azotaron al pasado siglo y fue protagonista de algunos de los acontecimientos más importantes de la historia europea. Devastada por la guerra se convirtió en una ciudad fragmentada, dividida, repartida entre los vencedores, seccionada en dos partes por un muro atroz que no sólo dividió a Berlín y a los berlineses, sino también a todos los alemanes, a los europeos y al mundo.
La caída de aquel muro, después de tantos años oscuros, de sacrificios y de dolor, fue uno de los momentos más emocionantes de los que hemos sido testigos con el que se abría la puerta a la reunificación alemana, algo que vivimos con especial júbilo. Mientras los ciudadanos de Berlín, conmovidos, se abrazaban al cruzar aquella frontera que había sido construida para ser insalvable, las dos mitades de Europa, veían también empezar a derrumbarse los muros ideológicos que impedían mirar hacia un futuro de cooperación e integración en paz.
Hoy, Berlín celebra aquella fuerza imparable, hecha de esperanza y de valor, de perdón y de concordia, que consiguió abatir el Muro; y ha recobrado vertiginosamente su antiguo esplendor y el brillo –realmente nunca del todo perdido- de su cultura y de su creatividad. Ha renacido en una ciudad otra vez llena de vida, amante del progreso y de la paz.
El año en que se derrumbó el Muro se inauguró una nueva época, tal vez más incierta e imprevisible, pero más humana y más libre. Hoy Berlín es una gran capital europea, símbolo sobre todo de esperanza: es amada por los jóvenes, es una referencia mundial para quienes apuestan por todo cuanto suponga cultura, creatividad y convivencia.
Nuestra admiración y nuestro afecto sinceros se los dedicamos a los berlineses a través de sus Alcaldes, Klaus Wowereit, Walter Monper y Eberhard Diepgen pero también a todos los alemanes porque además celebran el LX Aniversario de la creación de la República Federal de Alemania.
Señores y Señoras,
Evoquemos ahora, en este momento de cambios tan vertiginosos y profundos que vive la Humanidad y en esta tarde iluminada en el Teatro Campoamor por la luz de la libertad y de la cultura, la esperanza con la que nos abrimos a un mundo nuevo.
Un mundo en constante transformación, en el que la sociedad industrial que hemos conocido va dando paso a la sociedad de la comunicación y el conocimiento; en el que los avances científicos y tecnológicos se suceden continuamente, situándonos en una nueva era; un mundo en el que la educación ya no es sólo un derecho fundamental de la persona sino también una exigencia imprescindible para acceder al mercado de trabajo y fundamento del éxito colectivo de las Naciones.
Seguimos asistiendo a un desarrollo imparable de la globalización, que afecta y condiciona aspectos sustanciales de nuestra vida, como nuestra salud, nuestra seguridad, nuestro entorno natural y nuestra convivencia en la diversidad de lenguas, culturas y religiones. Un mundo en transformación, en fin, en el que ya no es posible un orden económico internacional estable y próspero sin valores que lo inspiren y en los que se fundamente y sin una decidida cooperación entre los Estados.
El paro, que es la consecuencia más dolorosa de la crisis económica que vivimos, hiere nuestra dignidad como seres humanos y constituye nuestra principal preocupación. Exige que los Estados faciliten a quienes se encuentran en esa situación la necesaria protección social, al tiempo que poner en marcha todos los medios precisos para que los jóvenes puedan encontrar trabajo y los desempleados puedan reincorporarse cuanto antes a la vida laboral. En España, además, la crisis nos muestra que necesitamos nuevas bases para crecer y generar empleo, que hagan posible que los ciudadanos puedan desarrollar sus vidas y las de sus familias con dignidad, seguridad, y confianza en el futuro.
Este nuevo escenario ante el que nos encontramos sitúa a España y a las demás Naciones con las que compartimos creencias y valores ante una encrucijada. Sabemos, y así lo hemos aprendido de las inagotables lecciones de nuestra historia, que las mayores esperanzas y también los mayores logros nacen de las más grandes dificultades. España ha demostrado con creces en las últimas décadas cómo superar de forma ejemplar múltiples retos y tengo plena confianza en la capacidad que tenemos los españoles para construir un futuro más sólido y equitativo, de prosperidad y bienestar, que todos anhelamos.
Para ello, debemos aplicar a esa tarea lo mejor de nosotros mismos. Llevemos a cabo una reflexión colectiva, sincera y profunda, sobre nuestros desafíos y prioridades, nuestras fortalezas y nuestras debilidades. Hagamos ese camino sin esperar que sean otros los que resuelvan lo que a nosotros nos corresponde afrontar y volquemos, en ese gran esfuerzo individual y colectivo, toda nuestra capacidad de emprender, de imaginar y de innovar.
Sin miedo y con la mirada puesta en el futuro, conscientes, como se ha dicho, de que “el presente es sólo un instante del pasado”; apoyémonos en los valores imperecederos que aquí tantas veces hemos proclamado: el esfuerzo y el sacrificio, la tolerancia y el respeto mutuo; el saber y la cultura; el compromiso solidario.
Trabajemos, en fin, cohesionados, codo con codo y hombro con hombro, con espíritu constructivo, con confianza e ilusión. Y forjaremos así una esperanzadora voluntad compartida en la que, salvando las legítimas diferencias, prevalezca la generosidad, el sentido de la responsabilidad y por encima de todo, el interés general.
Inspirémonos en estos principios y situemos a España en el lugar que le corresponde en ese nuevo mundo que se esta configurando en los albores del siglo XXI. Es nuestra responsabilidad. Es la responsabilidad de todos. Es lo que los españoles demandan y lo que juntos, sin duda, conseguiremos.
Criterios y opiniones.
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